
El misterio y la poesía de la pintura. El arte que habita el espacio.
Los rasgos distintivos de la colección «Euridice», a pesar de su aparente sencillez, engloban una extraordinaria complejidad de referencias derivadas de la historia de la pintura, que incluyen la memoria del gesto transmitida desde el Paleolítico: si bien es verdad que «el pasado no es el padre que hay que matar, sino la madre de cuyo pecho alimentarse», la poética de esta serie de cerámicas elegantes propone un uso sublime del gres porcelánico, el cual se convierte en una suerte de lienzo en blanco que define una obra a un tiempo parcial e infinita.



«Antaño al arte se le confiaba la misión de trasladar del mundo inanimado al mundo animado aquel objeto que era el objeto de arte. Hoy, conscientes de que todo el mundo es animado, el problema si a caso es el de darle al artista la misión de interactuar con la inteligencia de la materia.» Giorgio Griffa



ANDREA BELLINI:”GIORGIO GRIFFA: YO NO REPRESENTO NADA, YO PINTO”.
Nacido en Turín en 1936, Giorgio Griffa hoy día es considerado uno de los pintores abstractos italianos más interesantes del siglo XX. El artista turinés empieza a pintar muy pronto, a los diez años. A lo largo de dos decenios se dedica a una pintura de carácter figurativo, más bien tradicional tanto en los temas como en el estilo. Su obra madura se desarrolla más tarde, a mediados de los años sesenta, en el contexto de las poéticas abstracto-expresionistas y tachistas, que basaban su lenguaje en una idea del pintar como la sucesión de un gesto, como la repetición de un signo, como escritura. El pintar deja de ser representación para convertirse en expresión directa de un estado mental, de una temperatura psíquica determinada, de un ritmo interior. Su obra se ha colocado históricamente dentro de la denominada “pintura analítica”, una pintura que se propone analizarse a sí misma y sus mecanismos internos: la superficie, el soporte, el color, el signo. Sin embargo la obra de Giorgio Griffa parece diferenciarse de la de sus compañeros de viaje, y hoy día resulta difícil de encuadrar dentro de los movimientos históricos vinculados a las corrientes analíticas y conceptuales. Su pintura abstracta, hecha de simples signos repetidos sobre el lienzo, más que un análisis del hecho de pintar parece un homenaje a la pintura y a su historia. Una de las felices paradojas del arte de Griffa es precisamente este: a pesar de sus premisas conceptuales su arte expresa una fascinante componente lírica, una musicalidad radiante muy alejada de la frialdad de las neovanguardias pictóricas.En este sentido su obra representa para el mundo del arte una especie de misterio, tan fascinante como inaprensible, precisamente porque en el mismo todo se muestra a la vez simple y complejo. Son sencillas las telas que emplea el artista, como el yute, el cáñamo, el algodón o el lino. Es simple, incluso anónimo, se podría decir, el gesto del pintar: una serie de líneas verticales u horizontales, y —solo a partir de los años ochenta— arabescos, cenefas y espirales. Y sin embargo a esta aparente sencillez, el artista turinés le confía el cometido de decir lo que por su naturaleza resulta inefable, de ahondar en el misterio de la creación y de lo desconocido. Bajo la apariencia de lo banal y lo obvio, la obra de Griffa en realidad contiene una extraordinaria estratificación de remisiones a la historia del arte, a la pintura del paleolítico, a la filosofía zen, a la música y —como hemos visto— a la vanguardia artística de su tiempo. Estas características las hallamos asimismo en los trabajos que el artista ha llevado a cabo para CEDIT Ceramiche. Para la marca histórica Griffa ha creado cinco obras caracterizadas por una serie se signos minimalistas y líricos, que recuerdan las soluciones formales de finales de los años sesenta y de los años setenta. La gama cromática de estos signos, entre colores complementarios y medios tonos, el artista turinés parece tomarla del Renacimiento y de la pintura véneta de los siglos XVI y XVII. La otra referencia fundamental es Matisse, el pintor de la felicidad del color y de la imagen como tensión equilibrada entre signos y colores.La propuesta de Griffa para CEDIT se asienta sobre la base de la voluntad de crear, a través de la repetición modular del signo, unos auténticos ámbitos espaciales destinados al vivir cotidiano. Esta colaboración con la industria cerámica resulta especialmente interesante en el caso del artista turinés. En efecto, su lenguaje pictórico —basado en el concepto de un signo anónimo potencialmente abierto a lo infinito— parece ser particularmente adecuado para la reproducción a gran escala y para la realización de espacios habitables en toda su entereza. Así es, las ideas del fragmento y de lo no acabado, parecen adecuadas para crear espacios habitables de medidas varias, como si fueran, justamente, “porciones” de un todo más amplio, de un universo que se expande. Toda la obra de Griffa está constituida por un conjunto de signos fuera del tiempo, de gestos repetidos durante milenios, de acuerdo con una compleja trayectoria que aúna arte, artesanado y decoración. Esta antigua historia de experimentaciones sobre la potencialidad del signo, del color y de la materia, ve en el proyecto para CEDIT una especie de natural y fascinante punto final.